Esta semana
nuestro protagonista es un jugador de esos que conectan tan bien con la afición
vikinga, de esos futbolistas que se parten la cara no sólo en el campo sino
también fuera de él, un verdadero guerrero: Pahíño.
Manuel
Fernández ‘Pahíño’ nacía el 21 de enero de 1923 en San Paio de Navia,
Pontevedra. El Arenas de Alcabre fue el equipo donde se inició en el mundo del
fútbol. Su excelente remate de cabeza y gran disparo con ambas piernas le
llevaron hasta el Juventudes de Vigo, paso previo hasta que a sus 19 años fue
requerido por el principal equipo de su provincia, el Celta de Vigo.
Durante su
primera campaña en la élite, Pahíño no pudo evitar que su Celta descendiese de
categoría, pero, en ocasiones, un revés del destino sirve para acabar
erigiéndose como un héroe y eso es lo que le ocurrió. En el partido en el que
el Celta y el Granada se jugaban la promoción, Pahíño tras meter dos goles,
sufrió una terrorífica entrada de Millán González. Ahí fue cuando Pahíño demostró
que estaba hecho de otra pasta, su entrenador, Moncho Encinas, le vendó la
pierna y siguió jugando la segunda parte con el peroné roto. El Celta se acabó
llevando el partido por 4 a 1 y Pahíño mostró al mundo su alma de guerrero.
Según cuentan, al acabar el partido la tibia le llegaba a la altura del
tobillo.
Con el regreso
a Primera División, Pahíño dio muestras de su gran valía como goleador,
haciendo sombra al mismísimo Zarra. Esto le llevó a la selección donde no
comenzó con buen pie, y no por qué no fuese apto para portar el escudo de
España sino porque era un hombre sincero y directo y eso le llevó a sonreír en
el peor momento. Cuando antes de su debut, el general Zamalloa, por entonces
dirigente federativo, entró al vestuario a arengar a los internacionales, ante
la frase de éste aclamando un: “Y ya
sabéis: cojones y españolía”, Pahíño no pudo evitar una medio sonrisa que
le costó el verse relegado a un segundo plano y al olvido de la selección hasta
1955.
Pero él era
así, creía en unos ideales, en una ética, era un futbolista cultivado, le
gustaba leer a grandes como Hemingway o Tolstoi y tener un pensamiento propio o
sólo pensar en aquella época no en todos los círculos estaba bien visto. Él
mismo llegó a pronunciar: “veía las cosas
de forma diferente a mucha gente, pero expresarlo era complicado. Mucha gente
lo pasó mal por ello. Aquella actitud que tenían los dirigentes del fútbol no
era correcta”.
Esta gran
personalidad le llevó a discrepar con su club, el Celta, Pahíño quería ser
reconocido como uno de los grandes del club, varios compañeros suyos que eran
suplentes cobraban más que él, pero los mandatarios del club no dieron su brazo
a torcer, incluso se le tachó de rebelde y antigallego. Fue una etapa dura para
el delantero, se dice que meditó dejar el fútbol, pero él mismo acabó por
convencerse que aún le quedaba mucho por dar y así fue.
Llegó al Real
Madrid junto con Miguel Muñoz, de la mano de Don Santiago Bernabéu para,
demostrar una vez más quién era, un perfecto profesional, un gran goleador y un
futbolista valiente y luchador. Como vikingo consiguió hacerse con un segundo
‘Pichichi’ y mantuvo, en los cinco años en los que permaneció en el club,
duelos inolvidables con los mejores centrales de la época. Para el recuerdo sus
enfrentamientos con Aparicio, central del Atlético de Madrid, decían que ver el
choque entre estos dos enormes jugadores hacía que valiese la pena pagar la
entrada.
Se marchó del
Madrid por la filosofía de Bernabéu de no renovar por más de un año a los
jugadores que superasen la treintena. Pahíño voló otra vez hasta Galicia, pero
en esta ocasión al Deportivo de la Coruña, y con los blanquiazules consiguió
los dos goles que les valieron para ganar por primera vez en la historia del
equipo coruñés a su ex equipo, al Real Madrid. Tras dos años en el Depor, cuajó
una brillante temporada con el Granada y así, dijo adiós al fútbol uno de los
mayores guerreros que se han visto en los campos españoles.
Tras colgar
las botas, se convirtió junto a su suegro en armador de barcos y acabó
diciéndonos adiós el pasado 12 de junio de 2012 a los 89 años.
Pahíño fue un
futbolista que vivió en una época difícil, que mereció mucho más de lo que le
dieron. Su personalidad y su arrojo le pusieron trabas en una era ardua y es
que él mismo reconoció que: “Gocé del
peor de los amores, el amor propio”. Pero, seguramente, siempre recordaría
con orgullo que el más grande de todos los futbolistas, Alfredo Di Stéfano, el
que heredó su ‘9’ blanco y al que Pahíño admiraba profundamente siempre quiso
jugar a su lado: “Fue una lástima no
poder jugar junto a Pahíño, porque juntos hubiéramos marcado una pila de goles”.
A buen seguro que esa unión hubiese hecho, si eso fuese posible, aún más grande
al Real Madrid.
¡SIEMPRE EN NUESTRO RECUERDO
EL GRAN GUERRERO PAHÍÑO, HALA MADRID!
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