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27 de septiembre de 2013

Leyendas del Madridismo: Pahíño



Esta semana nuestro protagonista es un jugador de esos que conectan tan bien con la afición vikinga, de esos futbolistas que se parten la cara no sólo en el campo sino también fuera de él, un verdadero guerrero: Pahíño.



Manuel Fernández ‘Pahíño’ nacía el 21 de enero de 1923 en San Paio de Navia, Pontevedra. El Arenas de Alcabre fue el equipo donde se inició en el mundo del fútbol. Su excelente remate de cabeza y gran disparo con ambas piernas le llevaron hasta el Juventudes de Vigo, paso previo hasta que a sus 19 años fue requerido por el principal equipo de su provincia, el Celta de Vigo.

Durante su primera campaña en la élite, Pahíño no pudo evitar que su Celta descendiese de categoría, pero, en ocasiones, un revés del destino sirve para acabar erigiéndose como un héroe y eso es lo que le ocurrió. En el partido en el que el Celta y el Granada se jugaban la promoción, Pahíño tras meter dos goles, sufrió una terrorífica entrada de Millán González. Ahí fue cuando Pahíño demostró que estaba hecho de otra pasta, su entrenador, Moncho Encinas, le vendó la pierna y siguió jugando la segunda parte con el peroné roto. El Celta se acabó llevando el partido por 4 a 1 y Pahíño mostró al mundo su alma de guerrero. Según cuentan, al acabar el partido la tibia le llegaba a la altura del tobillo.

Con el regreso a Primera División, Pahíño dio muestras de su gran valía como goleador, haciendo sombra al mismísimo Zarra. Esto le llevó a la selección donde no comenzó con buen pie, y no por qué no fuese apto para portar el escudo de España sino porque era un hombre sincero y directo y eso le llevó a sonreír en el peor momento. Cuando antes de su debut, el general Zamalloa, por entonces dirigente federativo, entró al vestuario a arengar a los internacionales, ante la frase de éste aclamando un: “Y ya sabéis: cojones y españolía”, Pahíño no pudo evitar una medio sonrisa que le costó el verse relegado a un segundo plano y al olvido de la selección hasta 1955.



Pero él era así, creía en unos ideales, en una ética, era un futbolista cultivado, le gustaba leer a grandes como Hemingway o Tolstoi y tener un pensamiento propio o sólo pensar en aquella época no en todos los círculos estaba bien visto. Él mismo llegó a pronunciar: “veía las cosas de forma diferente a mucha gente, pero expresarlo era complicado. Mucha gente lo pasó mal por ello. Aquella actitud que tenían los dirigentes del fútbol no era correcta”.

Esta gran personalidad le llevó a discrepar con su club, el Celta, Pahíño quería ser reconocido como uno de los grandes del club, varios compañeros suyos que eran suplentes cobraban más que él, pero los mandatarios del club no dieron su brazo a torcer, incluso se le tachó de rebelde y antigallego. Fue una etapa dura para el delantero, se dice que meditó dejar el fútbol, pero él mismo acabó por convencerse que aún le quedaba mucho por dar y así fue.

Llegó al Real Madrid junto con Miguel Muñoz, de la mano de Don Santiago Bernabéu para, demostrar una vez más quién era, un perfecto profesional, un gran goleador y un futbolista valiente y luchador. Como vikingo consiguió hacerse con un segundo ‘Pichichi’ y mantuvo, en los cinco años en los que permaneció en el club, duelos inolvidables con los mejores centrales de la época. Para el recuerdo sus enfrentamientos con Aparicio, central del Atlético de Madrid, decían que ver el choque entre estos dos enormes jugadores hacía que valiese la pena pagar la entrada.

Se marchó del Madrid por la filosofía de Bernabéu de no renovar por más de un año a los jugadores que superasen la treintena. Pahíño voló otra vez hasta Galicia, pero en esta ocasión al Deportivo de la Coruña, y con los blanquiazules consiguió los dos goles que les valieron para ganar por primera vez en la historia del equipo coruñés a su ex equipo, al Real Madrid. Tras dos años en el Depor, cuajó una brillante temporada con el Granada y así, dijo adiós al fútbol uno de los mayores guerreros que se han visto en los campos españoles.

Tras colgar las botas, se convirtió junto a su suegro en armador de barcos y acabó diciéndonos adiós el pasado 12 de junio de 2012 a los 89 años.

Pahíño fue un futbolista que vivió en una época difícil, que mereció mucho más de lo que le dieron. Su personalidad y su arrojo le pusieron trabas en una era ardua y es que él mismo reconoció que: “Gocé del peor de los amores, el amor propio”. Pero, seguramente, siempre recordaría con orgullo que el más grande de todos los futbolistas, Alfredo Di Stéfano, el que heredó su ‘9’ blanco y al que Pahíño admiraba profundamente siempre quiso jugar a su lado: “Fue una lástima no poder jugar junto a Pahíño, porque juntos hubiéramos marcado una pila de goles”. A buen seguro que esa unión hubiese hecho, si eso fuese posible, aún más grande al Real Madrid.


¡SIEMPRE EN NUESTRO RECUERDO EL GRAN GUERRERO PAHÍÑO, HALA MADRID!






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